jueves, 22 de mayo de 2014

SEGUNDO PREMIO CATEGORÍA C

Mi loca familia

Hola Doctora Elisabeth, si está leyendo esto, verá que he sido obediente y que he
hecho lo que me pidió en la terapia. Lo siento, doctora, pero siéndole sincera, me
parece un poco absurdo esto de tener que escribir un relato de mi familia y todos los
problemas que he tenido con ella; no me entienda mal, lo de escribir no me molesta,
sólo el hecho de que sea yo misma la que se auto-ayude, quiero decir, ¿no sería
más fácil ir a un par de consultas más con usted? Pero, en fin, usted es la psicóloga
y si por algo lo dice es porque merecerá la pena. De acuerdo, doctora, usted me
pidió que escribiese un relato en el que me presentase a mí, a mi familia y que dijese
cómo es mi vida, pero le advierto que no se va a encontrar con remilgos a la hora de
juzgar a las personas, no soporto a la gente que llama "especiales" a los que son
simplemente tontos; pues bien, sin más preámbulos empezaré.
Hola, me llamo Claudia, tengo 25 años, y trabajo de profesora de Biología en el
instituto Los Encinares. Vivo con mi familia en un apartamento de 60 m2 de un solo
baño. Mi familia está compuesta por cinco miembros.
La primera es mi madre, Marta, tiene aproximadamente unos 42 años y no trabaja,
igual es debido a que no tiene estudios ya que los tuvo que dejar para cuidar de mi
padre y de mí. Tiene una de esas enfermedades que la hacen ver alucinaciones y
creemos que fue ella la transmisora del gen defectuoso. Es medianamente normal
cuando se toma su medicación, pero su adicción a la bebida la hace olvidarla.
Luego está mi hermana Lola, tiene 17 años, y no estudia. Dice que ya encontrará a
alguien que la mantenga. Aunque no tiene ninguna enfermedad especialmente
psicológica, se puede decir que es tonta, hasta tal punto que dice que su sueño es
ser siempre joven y famosa, salir en las revistas del corazón morreándose con
famosos a los que sacar el dinero, y cuidar su pelo; su mayor adicción es el teléfono.
Después está Nacho, mi otro hermano. Tiene 16 años y no estudia. Éste, al menos
tiene excusa: sufre un retraso mental que le hace creer que tiene 10 años. Es con el
que mejor me llevo desde siempre, tal vez porque llevo cuidando de él desde que
somos pequeños. Su mayor adicción... yo diría que su mono de peluche.
Y finalmente está mi padre, del cual no sé ni la edad, ni si trabaja, ni siquiera si sigue
vivo, tal vez sea porque hace 17 años que nos abandonó, cuando mi madre estaba
embarazada de Nacho. Probablemente se fuera al ver que su tercer hijo era también retrasado, no lo sé; lo que sí que sé es que era un borracho, hábito que acabó
contagiando a mi madre, por lo que parece.
Como ve, vivo en una familia de locos, y no puedo decir que mi día a día con ellos
sea fácil, pero por lo menos es algo con lo que encontrarme al llegar a casa. Si ya el
hecho de vivir con ellos es duro, lo fue más cuando a partir del mes de enero, lo que
parece ser una ola de mal karma decidió volcarse sobre nosotros.
Supongo que sería lunes, sobre las 16:00 aproximadamente, y yo volvía a casa para
hacer un descanso después de haber sufrido siete horas de clase. Sobre las 17:00
tenía que ir al laboratorio para ayudar en unas investigaciones.
Cuando entré en casa el panorama era deprimente: ropa sucia tirada por el suelo de
la cocina, los platos sucios en la mesa, las cazuelas agrupándose en la pileta, mi
madre sentada en la mesa con una botella de Vodka en la mano, y mi hermano
Nacho al lado. No pasaron apenas 15 minutos cuando, de repente, llamaron a la
puerta. Eran de servicios sociales.
Entonces todos entramos en histeria, incluso mi hermana Lola, la cual salía de la
habitación hablando por el móvil. No sabíamos qué demonios quería, pero seguro
que nada bueno. Nos pusimos a recoger lo más rápido posible el salón, sólo
teníamos dos minutos, tres como mucho, antes de abrir la puerta. Entre tanto, mi
familia se fue escabullendo: mi madre entró al baño diciendo que la comida no la
había sentado bien, mi hermana recibió una llamada por teléfono (o la fingió, yo ya
no sé qué creer), y mi hermano dijo que iba a vestirse elegante para la ocasión.
Miedo me daba oír eso. Cuando abrí la puerta una señora rubia y algo mayor
esperaba con una carpeta en la mano. Efectivamente era de los servicios sociales.
Al parecer alguno de mis vecinos había llamado para informar de que en mi piso
vivían menores con minusvalías psicológicas y que era necesario ver el ambiente
familiar para mandar un psicólogo o quitarme a mis hermanos. Claro que la visita
estaba cantado que iba a salir mal, ya sea por mi incapacidad para disimular o que
fuese MI FAMILIA la que iba a ser investigada. Lógicamente, mi sospecha fue
acertada: cuando la inspectora se encontraba en un salón con camisetas sucias por
el suelo y los platos de la comida sucios encima de la mesa, mi hermano salió para
recibirla con botas de montaña, pantalones cortos, chubasquero, y un calzoncillo en
la cabeza. Y para mejorar la escena, de fondo sonaban los gritos de mi madre
golpeando la puerta del baño para que la llevásemos papel. Después de un silencio incómodo, en una escena incómoda, la inspectora dijo que
aquel no era el mejor lugar para mis dos hermanos y que al día siguiente pasaría
para llevárselos a un hogar de acogida con otra familia más "estable", como dijo ella.
Claro que razón no la faltaba, sin embargo, tenía que volver a conseguir que
viviesen conmigo. Me di cuenta de que les quería más de lo que yo pensaba.
Fue unos meses después cuando la misma inspectora vino a la puerta de mi casa
con mis dos hermanos. Según parecía, tanto a Lola como a Nacho no les gustaban
sus nuevos hogares, y habían intentado escaparse varias veces por su cuenta e
incluso hacerles la vida imposible a sus respectivas familias, y a la inspectora no le
quedó más remedio que devolvérmelos para que viviesen conmigo, aunque tendría
que venir un psicólogo todas las semanas para supervisar el estado familiar.
La idea de volver a tener a mis hermanos viviendo conmigo no me molestaba, es
más, ya llevaba varias semanas con el papeleo para adoptarlos bajo mi
responsabilidad. Sin embargo, en estos meses, mi vida había cambiado un poco, y
es que estaba saliendo con alguien. Se llamaba Alfonso, era arquitecto, soltero y
muy detallista conmigo, era el único que, tras contarle todo de mi vida, no huyó (no
sabía si estaba loco, o tan sólo era un milagro). Lo único que me preocupaba era
que fuese mi familia la que acabase con mi relación, aunque Alfonso supiese todo
sobre ella, no es lo mismo oírlo que vivirlo. Sin embargo todo eso me daba igual
porque mi mayor problema llegó en un taxi, a las 11:00 de la mañana de un
domingo.
Era mi padre, después de 17 años, volvió a casa. No recuerdo exactamente lo que
pensé cuando lo vi entrar por la puerta. Había tantas preguntas, tantas cosas que
contar. Pero su visita no tenía aspecto de ser muy "pacífica" que digamos. Venía
reclamando la tutela de mis dos hermanos, porque él se había enterado de que el
estado ofrece algunas subvenciones para las familias con miembros con
enfermedades. Justo lo que mi padre más deseaba: ganar dinero sin tener que
trabajar. Parecía que su actitud era firme, incluso cuando le amenacé con ir a juicio
no se tambaleó, por lo visto había conseguido un trabajo algo decente, y tenía pareja
(una antigua amiga de mi madre). Por supuesto, la situación empeoró cuando mi
madre salió a ver quién era. Durante un buen rato no se oían más que insultos y
gritos en el salón.
Meses después, se celebraron los juicios por la tutela de mis hermanos, y el
resultado fue a mi favor. No sólo conseguí la tutela de mis hermanos sino que además el juez le impuso a mi padre una pensión compensatoria por abandono de
mujer e hijos de 300 euros por hijo y 350 por mi madre. Sin embargo, aunque el
dinero nos venía muy bien, el hecho de no haber podido sentarme a hablar con mi
padre y decirle lo mucho que le había echado de menos me puso algo triste, pero mi
vida no se caracterizaba por ser bonita precisamente.
Después de todo aquello, mi vida no mejoró mucho que digamos (en el ámbito
mental, me refiero), la espina de mi padre seguía aún clavada en mi corazón y no
estaba preparada para lo que se avecinaba.
El problema venía de mi relación con Alfonso. Después de los juicios nuestra
relación se había enfriado, le sentía cada vez más distante. La verdad es que
nuestras discusiones venían de una idea que me planteó unas semanas antes: irme
a Italia a vivir con él. Por lo visto, le había surgido un trabajo allí, y quería que me
fuese con él. Pero la pregunta que yo le hice al momento fue: ¿y qué pasa con mi
familia? Obviamente, no podía dejar a mi familia aquí sola, aunque esté mi madre,
sé perfectamente que ella sola no sería capaz de cuidar de todos.
Nuestras discusiones eran cada vez más fuertes, hasta que una noche mientras
terminábamos de cenar la cosa llegó a más. Estuvimos toda la cena discutiendo.
Sólo estábamos Alfredo, Nacho y yo cenando, porque mi hermana estaba en casa
de una amiga, y mi madre no quería cenar, ya que se encontraba mal. Entonces, sin
querer, mi hermano le derramó un vaso de agua sobre la camisa, lo que enfadó a
Alfredo de una forma sobrenatural. Empezó a insultar a mi hermano diciendo entre
otras cosas:
─ ¡Si es que yo no sé cómo puedes vivir con esta familia de locos: tu madre,
la borracha, que me vomita en el coche; tu hermana, la que me roba el teléfono para
llamar a sus amigas y, encima, el subnormal de tu hermano que no sabe distinguir
dónde tiene la mano derecha de la izquierda!
Evidentemente, lo primero que hice en cuanto terminó de hablar fue cruzarle la cara,
y acordarme de una forma muy sutil de su madre, diciéndole que, aunque fuese mi
novio, mi familia es mucho más importante. Sin embargo, lo que más me apetece
destacar de aquella última discusión es que antes de irse me dijo que, en realidad, la
loca era yo al seguir viviendo y ocupándome de mi familia. Sé que lo que tengo que
hacer es ignorarlo pero puede que tenga razón.
Los días después, no puedo decir que fuesen precisamente amenos con mi familia,
discutía mucho con ellos, culpándoles por mi ruptura con Alfonso. Sin embargo, la otra noche salí un momento al balcón, para pensar en mis cosas, y es que dándome
cuenta de la situación en la que me encontraba no me apetecía otra cosa más que
morirme, y he de serle sincera, doctora: se me pasó por la cabeza la idea de
suicidarme en ese mismo momento. Es más, hubo un instante en el que me levanté
y alcé los pies con intención de precipitarme al vacío. Pero entonces, apareció
Nacho, se sentó a mi lado puso la cabeza sobre mi hombro, y lo que hablamos me
ayudó a abrir los ojos:
─ Hermanita... ─ intentando preguntar.
─ ¿Si?
─ ¿Por qué no te has ido con Alfonso de viaje? Nosotros te echaríamos de
menos pero nos enviarías postales, ¿verdad?
─ Pues claro que sí. Pero si yo me voy, ¿quién os va a cuidar? Además, me
da miedo dejaros solos.
─ ¿Crees que podría venir otra vez esa señora para separarnos?
─ Pues quizás sí, Nacho.
─ Bueno, pero mientras tú seas feliz, nosotros también seremos felices,
Claudia.
Fue entonces, doctora, cuando lo vi claramente. Aunque mi vida sea dura y
aparezcan fantasmas del pasado, o no encuentre novio; aunque me den más
disgustos que alegrías, y aunque a veces desearía irme lejos... nunca me sentiré
sola, porque les tengo a ellos; tengo una familia que me quiere, y eso es algo que no
todas las familias pueden decir.
Doctora, creo que el lunes ya no hará falta que asista a su consulta... Quizás esté un
poco loca ¿no cree? No lo sé, pero, aunque viva con una banda de locos, al
menos... soy feliz.

Le envía muchos agradecimientos y un saludo,
Claudia García Bermejo.


AARÓN VILLANUEVA CAMUS

 1º C Bachillerato

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