Mi loca familia
Hola Doctora Elisabeth, si está leyendo esto, verá que he
sido obediente y que he
hecho lo que me pidió en la terapia. Lo siento, doctora,
pero siéndole sincera, me
parece un poco absurdo esto de tener que escribir un relato
de mi familia y todos los
problemas que he tenido con ella; no me entienda mal, lo de
escribir no me molesta,
sólo el hecho de que sea yo misma la que se auto-ayude,
quiero decir, ¿no sería
más fácil ir a un par de consultas más con usted? Pero, en
fin, usted es la psicóloga
y si por algo lo dice es porque merecerá la pena. De
acuerdo, doctora, usted me
pidió que escribiese un relato en el que me presentase a mí,
a mi familia y que dijese
cómo es mi vida, pero le advierto que no se va a encontrar
con remilgos a la hora de
juzgar a las personas, no soporto a la gente que llama
"especiales" a los que son
simplemente tontos; pues bien, sin más preámbulos empezaré.
Hola, me llamo Claudia, tengo 25 años, y trabajo de
profesora de Biología en el
instituto Los Encinares. Vivo con mi familia en un
apartamento de 60 m2 de un solo
baño. Mi familia está compuesta por cinco miembros.
La primera es mi madre, Marta, tiene aproximadamente unos 42
años y no trabaja,
igual es debido a que no tiene estudios ya que los tuvo que
dejar para cuidar de mi
padre y de mí. Tiene una de esas enfermedades que la hacen
ver alucinaciones y
creemos que fue ella la transmisora del gen defectuoso. Es
medianamente normal
cuando se toma su medicación, pero su adicción a la bebida
la hace olvidarla.
Luego está mi hermana Lola, tiene 17 años, y no estudia.
Dice que ya encontrará a
alguien que la mantenga. Aunque no tiene ninguna enfermedad
especialmente
psicológica, se puede decir que es tonta, hasta tal punto
que dice que su sueño es
ser siempre joven y famosa, salir en las revistas del
corazón morreándose con
famosos a los que sacar el dinero, y cuidar su pelo; su
mayor adicción es el teléfono.
Después está Nacho, mi otro hermano. Tiene 16 años y no
estudia. Éste, al menos
tiene excusa: sufre un retraso mental que le hace creer que
tiene 10 años. Es con el
que mejor me llevo desde siempre, tal vez porque llevo
cuidando de él desde que
somos pequeños. Su mayor adicción... yo diría que su mono de
peluche.
Y finalmente está mi padre, del cual no sé ni la edad, ni si
trabaja, ni siquiera si sigue
vivo, tal vez sea porque hace 17 años que nos abandonó,
cuando mi madre estaba
embarazada de Nacho. Probablemente se fuera al ver que su
tercer hijo era también retrasado, no lo sé; lo que sí que sé es que era un
borracho, hábito que acabó
contagiando a mi madre, por lo que parece.
Como ve, vivo en una familia de locos, y no puedo decir que
mi día a día con ellos
sea fácil, pero por lo menos es algo con lo que encontrarme
al llegar a casa. Si ya el
hecho de vivir con ellos es duro, lo fue más cuando a partir
del mes de enero, lo que
parece ser una ola de mal karma decidió volcarse sobre
nosotros.
Supongo que sería lunes, sobre las 16:00 aproximadamente, y
yo volvía a casa para
hacer un descanso después de haber sufrido siete horas de
clase. Sobre las 17:00
tenía que ir al laboratorio para ayudar en unas
investigaciones.
Cuando entré en casa el panorama era deprimente: ropa sucia
tirada por el suelo de
la cocina, los platos sucios en la mesa, las cazuelas
agrupándose en la pileta, mi
madre sentada en la mesa con una botella de Vodka en la
mano, y mi hermano
Nacho al lado. No pasaron apenas 15 minutos cuando, de
repente, llamaron a la
puerta. Eran de servicios sociales.
Entonces todos entramos en histeria, incluso mi hermana
Lola, la cual salía de la
habitación hablando por el móvil. No sabíamos qué demonios
quería, pero seguro
que nada bueno. Nos pusimos a recoger lo más rápido posible
el salón, sólo
teníamos dos minutos, tres como mucho, antes de abrir la
puerta. Entre tanto, mi
familia se fue escabullendo: mi madre entró al baño diciendo
que la comida no la
había sentado bien, mi hermana recibió una llamada por
teléfono (o la fingió, yo ya
no sé qué creer), y mi hermano dijo que iba a vestirse
elegante para la ocasión.
Miedo me daba oír eso. Cuando abrí la puerta una señora
rubia y algo mayor
esperaba con una carpeta en la mano. Efectivamente era de
los servicios sociales.
Al parecer alguno de mis vecinos había llamado para informar
de que en mi piso
vivían menores con minusvalías psicológicas y que era
necesario ver el ambiente
familiar para mandar un psicólogo o quitarme a mis hermanos.
Claro que la visita
estaba cantado que iba a salir mal, ya sea por mi
incapacidad para disimular o que
fuese MI FAMILIA la que iba a ser investigada. Lógicamente,
mi sospecha fue
acertada: cuando la inspectora se encontraba en un salón con
camisetas sucias por
el suelo y los platos de la comida sucios encima de la mesa,
mi hermano salió para
recibirla con botas de montaña, pantalones cortos,
chubasquero, y un calzoncillo en
la cabeza. Y para mejorar la escena, de fondo sonaban los
gritos de mi madre
golpeando la puerta del baño para que la llevásemos papel.
Después de un silencio incómodo, en una escena incómoda, la inspectora dijo que
aquel no era el mejor lugar para mis dos hermanos y que al
día siguiente pasaría
para llevárselos a un hogar de acogida con otra familia más
"estable", como dijo ella.
Claro que razón no la faltaba, sin embargo, tenía que volver
a conseguir que
viviesen conmigo. Me di cuenta de que les quería más de lo
que yo pensaba.
Fue unos meses después cuando la misma inspectora vino a la
puerta de mi casa
con mis dos hermanos. Según parecía, tanto a Lola como a
Nacho no les gustaban
sus nuevos hogares, y habían intentado escaparse varias
veces por su cuenta e
incluso hacerles la vida imposible a sus respectivas
familias, y a la inspectora no le
quedó más remedio que devolvérmelos para que viviesen
conmigo, aunque tendría
que venir un psicólogo todas las semanas para supervisar el
estado familiar.
La idea de volver a tener a mis hermanos viviendo conmigo no
me molestaba, es
más, ya llevaba varias semanas con el papeleo para
adoptarlos bajo mi
responsabilidad. Sin embargo, en estos meses, mi vida había
cambiado un poco, y
es que estaba saliendo con alguien. Se llamaba Alfonso, era
arquitecto, soltero y
muy detallista conmigo, era el único que, tras contarle todo
de mi vida, no huyó (no
sabía si estaba loco, o tan sólo era un milagro). Lo único
que me preocupaba era
que fuese mi familia la que acabase con mi relación, aunque
Alfonso supiese todo
sobre ella, no es lo mismo oírlo que vivirlo. Sin embargo
todo eso me daba igual
porque mi mayor problema llegó en un taxi, a las 11:00 de la
mañana de un
domingo.
Era mi padre, después de 17 años, volvió a casa. No recuerdo
exactamente lo que
pensé cuando lo vi entrar por la puerta. Había tantas
preguntas, tantas cosas que
contar. Pero su visita no tenía aspecto de ser muy
"pacífica" que digamos. Venía
reclamando la tutela de mis dos hermanos, porque él se había
enterado de que el
estado ofrece algunas subvenciones para las familias con
miembros con
enfermedades. Justo lo que mi padre más deseaba: ganar
dinero sin tener que
trabajar. Parecía que su actitud era firme, incluso cuando
le amenacé con ir a juicio
no se tambaleó, por lo visto había conseguido un trabajo
algo decente, y tenía pareja
(una antigua amiga de mi madre). Por supuesto, la situación
empeoró cuando mi
madre salió a ver quién era. Durante un buen rato no se oían
más que insultos y
gritos en el salón.
Meses después, se celebraron los juicios por la tutela de
mis hermanos, y el
resultado fue a mi favor. No sólo conseguí la tutela de mis
hermanos sino que además el juez le impuso a mi padre una pensión compensatoria
por abandono de
mujer e hijos de 300 euros por hijo y 350 por mi madre. Sin
embargo, aunque el
dinero nos venía muy bien, el hecho de no haber podido
sentarme a hablar con mi
padre y decirle lo mucho que le había echado de menos me
puso algo triste, pero mi
vida no se caracterizaba por ser bonita precisamente.
Después de todo aquello, mi vida no mejoró mucho que digamos
(en el ámbito
mental, me refiero), la espina de mi padre seguía aún
clavada en mi corazón y no
estaba preparada para lo que se avecinaba.
El problema venía de mi relación con Alfonso. Después de los
juicios nuestra
relación se había enfriado, le sentía cada vez más distante.
La verdad es que
nuestras discusiones venían de una idea que me planteó unas
semanas antes: irme
a Italia a vivir con él. Por lo visto, le había surgido un
trabajo allí, y quería que me
fuese con él. Pero la pregunta que yo le hice al momento
fue: ¿y qué pasa con mi
familia? Obviamente, no podía dejar a mi familia aquí sola,
aunque esté mi madre,
sé perfectamente que ella sola no sería capaz de cuidar de
todos.
Nuestras discusiones eran cada vez más fuertes, hasta que
una noche mientras
terminábamos de cenar la cosa llegó a más. Estuvimos toda la
cena discutiendo.
Sólo estábamos Alfredo, Nacho y yo cenando, porque mi
hermana estaba en casa
de una amiga, y mi madre no quería cenar, ya que se
encontraba mal. Entonces, sin
querer, mi hermano le derramó un vaso de agua sobre la
camisa, lo que enfadó a
Alfredo de una forma sobrenatural. Empezó a insultar a mi
hermano diciendo entre
otras cosas:
─ ¡Si es que yo no sé cómo puedes vivir con esta familia de locos: tu
madre,
la borracha, que me vomita en el coche; tu hermana, la que
me roba el teléfono para
llamar a sus amigas y, encima, el subnormal de tu hermano
que no sabe distinguir
dónde tiene la mano derecha de la izquierda!
Evidentemente, lo primero que hice en cuanto terminó de
hablar fue cruzarle la cara,
y acordarme de una forma muy sutil de su madre, diciéndole
que, aunque fuese mi
novio, mi familia es mucho más importante. Sin embargo, lo
que más me apetece
destacar de aquella última discusión es que antes de irse me
dijo que, en realidad, la
loca era yo al seguir viviendo y ocupándome de mi familia.
Sé que lo que tengo que
hacer es ignorarlo pero puede que tenga razón.
Los días después, no puedo decir que fuesen precisamente
amenos con mi familia,
discutía mucho con ellos, culpándoles por mi ruptura con
Alfonso. Sin embargo, la otra noche salí un momento al balcón, para pensar en
mis cosas, y es que dándome
cuenta de la situación en la que me encontraba no me
apetecía otra cosa más que
morirme, y he de serle sincera, doctora: se me pasó por la
cabeza la idea de
suicidarme en ese mismo momento. Es más, hubo un instante en
el que me levanté
y alcé los pies con intención de precipitarme al vacío. Pero
entonces, apareció
Nacho, se sentó a mi lado puso la cabeza sobre mi hombro, y
lo que hablamos me
ayudó a abrir los ojos:
─ Hermanita... ─ intentando preguntar.
─ ¿Si?
─ ¿Por qué no te has ido con Alfonso de viaje? Nosotros te echaríamos
de
menos pero nos enviarías postales, ¿verdad?
─ Pues claro que sí. Pero si yo me voy, ¿quién os va a cuidar? Además,
me
da miedo dejaros solos.
─ ¿Crees que podría venir otra vez esa señora para separarnos?
─ Pues quizás sí, Nacho.
─ Bueno, pero mientras tú seas feliz, nosotros también seremos felices,
Claudia.
Fue entonces, doctora, cuando lo vi claramente. Aunque mi
vida sea dura y
aparezcan fantasmas del pasado, o no encuentre novio; aunque
me den más
disgustos que alegrías, y aunque a veces desearía irme
lejos... nunca me sentiré
sola, porque les tengo a ellos; tengo una familia que me
quiere, y eso es algo que no
todas las familias pueden decir.
Doctora, creo que el lunes ya no hará falta que asista a su
consulta... Quizás esté un
poco loca ¿no cree? No lo sé, pero, aunque viva con una banda
de locos, al
menos... soy feliz.
Le envía muchos agradecimientos y un saludo,
Claudia García Bermejo.
AARÓN VILLANUEVA CAMUS
1º C Bachillerato