Corría marzo de 1936, en plena euforia postelectoral tras la victoria
del Frente Popular en las Elecciones Generales de febrero. Eran días de júbilo
y alegría plasmada en la gente del pueblo, recuerdo el día en que se conocieron
los resultados electorales, yo, que nunca me había interesado mucho por la
política, estaba pendiente de la radio, junto con mis compañeros de mina, en el
bar del pueblo.
‘’Y ya
tenemos resultado de los comicios…’’ pronunciaba el locutor al tiempo que todos
y cada uno de los que estábamos en el bar posamos nuestro vasito de vino,
dejamos de hablar, y nos concentramos en torno a la radio. A partir de ahí,
empezaron todo tipo de especulaciones. Les había que estaban convencidos de una
victoria del Frente Popular, otros veían que habría una diferencia mínima, y
otros, como yo, que no entendíamos un carajo de política, nos callábamos y
asentíamos con la cabeza.
Yo era un chico modesto,
trabajador y poco entendido de estos temas, pero había metido en la urna la
papeleta, que en ese momento creía la más adecuada, y la que posteriormente, se
vio que la mayoría de españoles, metió. Y eso que en mi núcleo familiar no
todos pensaban y actuaron como yo, ni mucho menos. Me había casado tres años
antes con mi Matilde, de la que llevaba locamente enamorado desde que
compartíamos pupitre. Pues bien, mi Matilde, era por aquel entonces, la
ricachona del pueblo, y es que su padre, mi suegro, era el propietario de la
empresa Piensos del Valle Fenar S.L. Y hay que decir, que económicamente, mal
no le iban las cosas, pues, la empresa producía y producía, y su bolsillo se
llenaba y se llenaba, eso si, el de sus trabajadores no solo no crecía, si no
que a veces, hasta disminuía…
Como no, entonces, el señor
Alfonso y yo, no íbamos a tenernos cierta tirantez, él, que encima era
candidato por la CEDA y que no le gustaban mucho los que pensaban como yo. Pero
dentro de este pequeño conflicto familiar, he de decir, que con mi cuñado,
Fernando, también cedista, no había ningún problema, es más, le consideraba por
aquel entonces, mi mejor amigo. Había ido con él siempre a clase, y éramos
habituales compañeros de pupitre en el colegio. Ambos dos, estaban furiosos por
los resultados electorales, entonces yo, para bajarles los humos les dije:
‘’tranquilos hombre, si lo bueno de las elecciones, es que cada cuatro años hay
unas’’, pero ni con esas.
Pasaron varios meses hasta que
volví a hablar de política con mi suegro y cuñado, yo ya había aprendido
bastante durante ese tiempo, yo me acuerdo que les comentaba lo bonitas que me
parecían las medidas tomadas por el Gobierno, a lo que ellos me replicaban
poniendo caras largas y diciendo: ‘’los rojos siempre estáis igual, queréis
quitarnos lo nuestro y repartíroslo’’. Me acuerdo, que al acabar una comida, mi
cuñado me dijo muy serio que algo iba a cambiar y que desde África se estaba
moviendo algo muy gordo, pero yo no le hice ni caso, estaba harto de oír sus
historietas de conspiraciones y demás.
Llegó el 18 de julio, y
empezamos a tener noticias de que unos militares en el Aeródromo de la Virgen
del Camino estaban tomando la ciudad leonesa y con ello, la provincia. Yo me
acordé de mi cuñado y de sus historias, y me empecé a poner nervioso, sabía que
con mi cuñado y suegro no tendría ningún problema, que ellos intercederían por
mí, pero yo no tenía ganas de abandonar a mis compañeros así por que sí. Nos
reunimos todos los varones del pueblo en torno a la escuela del pueblo, y junto
con vecinos de los pueblos de al lado voluntario decidimos combatir si venían a
por nosotros. Era 20 de julio, y León había caído en manos de los Nacionales.
Decidimos recoger nuestros bártulos, despedirnos de nuestras mujeres y poner
rumbo al monte, yo le prometí a la mía, que volvería todas y cada una de las
noches a darla un beso de buenas noches y que me contara noticias. Cuando
estaba recogiendo todo lo mío, entró en casa mi cuñado, al verme recogiendo todo,
me dijo: ‘’ten mucho cuidado donde vayas, si necesitas algo solo tienes que
decírmelo’’ y nos fundimos en un abrazo. Posteriormente, él mismo, en su coche,
me subió hasta un punto en el que nadie me viera, para no levantar sospechas,
allí nos volvimos a despedir entre lágrimas. Me tocó andar unos pocos
kilómetros hasta encontrar el frente
donde estábamos asentados, un viejo refugio de la montaña leonesa, allí
depositamos todos víveres para unos cuantos días.
Día a día se iba corriendo la
voz por la zona, y más compañeros acudían a combatir con nosotros, era
complicado mantener la calma en ese sitio, el peor día que yo recuerdo fue uno
en que quise bajar al río para asearme, ya que de noche, quería ver a mi mujer
y que esta me viera decente. Así pues, baje hasta el trozo de riachuelo que no
era muy profundo, yo, como no había visto a nadie hasta el momento por allí,
bajé sin escopeta ni ningún útil que poder usar en mi defensa, además no había
avisado a nadie de que bajaba, ya que igual me hubiera caído una buena bronca
en ese instante, así que, mientras me bañaba y relajaba en las aguas del Río
Bernesga, una patrulla de cuatro guardias civiles, con dos perros, rastreaban
la zona, yo había dejado las gafas en la orilla, por lo que no era capaz de ver
con exactitud sus rostros, pero ese color y esos tricornios eran
inconfundibles. Eran ellos, y seguramente se guiaban por algún chivatazo,
entonces yo, solo e indefenso decidí permanecer bajo el agua todos los
segundos, que mis pulmones me permitieran, me agarré bien a un tronco que había
al fondo del agua. No sé cuantos segundos fueron, incluso minutos, pero al
salir a la superficie, exhausto, no había nadie por los alrededores. Me sequé,
me vestí y bajé al pueblo por la ruta menos transitada posible.
Al llegar al pueblo, mi sorpresa fue notable,
en la plaza, estaban los mismos guardias civiles que estaban en el río, yo no
sabía cómo entrar a casa sin que me vieran, asique decidí saltar la tapia por
la parte trasera, eran 3 metros de caída sobre un suelo no muy confortable.
Salté y lo conseguí, ya estaba dentro, sin hacer mucho ruido atravesé la Hera y
con la llave que aún conservaba de la casa conseguí abrir el portón grande sin
que los guardias civiles se percataran de mi presencia, entonces llegué al
patio, iluminado por la potente luz de la luna (llena aquella noche), abrí la
puerta que comunicaba el patio con el interior de la casa y entré hasta la
cocina, la sorpresa de mi mujer fue espectacular, mi suegra, con la que tenía
muy buena relación, se alegró un montón al verme y ,e ofreció un montón de
cosas para cenar, yo, que llevaba varios días de mal comer no me resistí y
acepté encantado. No se alegró tanto de mi presencia en la casa mi suegro, el
cual me dijo: ‘’tu juega, juega con fuego que al final te acabas quemando’’. Yo
siempre me había caracterizado por tener buen talante, así que le respondí con
una mueca y una media sonrisa.
Después de cenar, y ponerme al
día de la actualidad del pueblo, llegó el momento de volver al monte, no crean
que fue fácil, entre el agotamiento que llevaba del camino, y que recién había
cenado me entró la pereza de volver a recorrer toda aquella senda, pero, ¿qué
otro remedio tenía? Así pues, me volví a calzar las botas para la travesía
nocturna y me puse en marcha. El camino fue sin apenas algo reseñable que
contar, salvo que a mitad de camino me entró el retortijón post cena y tuve que
parar, a soltar todo lo que llevaba dentro y que me impedía continuar el
trayecto. Finalmente llegué sano y salvo, ante el asombro de la mayoría de mis
compañeros que ya se pensaba que estaría criando malvas.
Siguieron pasando los días,
hasta que una tarde, mientras me estaba echando la siesta, un compañero (con él
que apenas había cruzado más palabra que un simple ‘’hola’’) me despertó y me
dijo que tenía que hablar muy seriamente conmigo, parte de los voluntarios que
estábamos allí habían bajado al pueblo la noche anterior con intenciones claras
de acabar con las dos personas más poderosas del pueblo, uno era Secundino
Gutiérrez, uno de los militares sublevados en la Virgen del Camino, y que
habitualmente paseaba por el pueblo muy tranquilo, creyéndose dueño de todo por
donde pisa. El otro objetivo era mi suegro, uno de los hombres más ricos no
solo del pueblo, sino de la comarca del Valle Fenar, hecho que, unido a su
‘’cedismo’’ reconocido le hacía, con motivo doble, ser objetivo de mis
compañeros. Mi compañero me dijo dónde lo fusilarían, así que yo, intenté
ponerme en contacto con mi cuñado por medio de un cartero de confianza, que
cada 4 días o así más o menos, pasaba por nuestro fortín, que en teoría era
secreto, pero que con el tiempo, conocería todo el pueblo… Así pues, en la
carta le escribía que a la media noche quedaríamos junto al molino, sobre las 5
y media. A todo esto, nadie en el frente, podía enterarse de que me iba a
reunir con nada más y nada menos que con Fernando Álvarez, y es que mi cuñado
no era un cualquiera en el bando contrario, podía decirse que era la mano
derecha de quien cortaba el pescado, si ya se me tenía cierto resquemor por
estar casado con quien estaba casado, imagínate si les digo que a media noche
me voy a reunir con el líder contrario para enterrar a quienes ellos acaban de
matar, no me lo perdonarían… Y es que, así son las guerras, familias enteras
divididas, marido y mujer en bandos enfrentados, y en algún caso que he llegado
a conocer, que un hijo tenga que apresar a su propia madre, tremendo.
Llegó la hora H, no me acuerdo
exactamente la milonga que tuve que contarle a mis compañeros que estaban de
guardia, pero conseguí salir del frente y poner rumbo al molino. Entre la poca
visibilidad, y que no me conocía muy bien el camino, porque jamás había ido de
noche, tardé un poco más de lo previsto, pero allí estaba Fernando, llorando a
moco tendido, y a sus pies, algo ensangrentado, el cadáver de mi suegro. Al
llegar no pude contener mis lágrimas, mi suegro era egoísta, mal encarado, soberbio,
prepotente… pero al final y al cabo era mi suegro, y no podía quejarme yo,
precisamente, de su trato personal hacia mí, ya que al fin y al cabo, me salvó
el pellejo unas cuantas veces… Pues eso, allí estábamos los 3, Fernando y yo
nos dimos un abrazo de esos que se sienten, de los que te quedas muy relajado
después de dar o recibir en este caso. Junto al molino, había una pala y un
carretillo, empezamos a hacer un foso en la arena en la cual nos encontrábamos,
no fue tarea fácil, pero lo conseguimos, con mucha delicadeza, y tapado por una
manta, dejamos que el cadáver de mi suegro fuera tapándose poco a poco por
arena hasta cubrirse por completo. Escondimos la pala y nos juramos mutuamente
negarnos si nos cogieran presos nuestros rivales. Yo le pedí que cuidase mucho
de mi mujer si no la volvía a ver, él no dudó en asentir con la cabeza. Ya era
tarde, estaba empezando a amanecer y él tenía que regresar al pueblo y yo al
frente del monte. Nos volvimos a abrazar y deseamos vernos en un futuro, y a
ser posible en paz, y que terminase de una vez esta maldita guerra, al fin y al
cabo, cada uno defendíamos nuestros ideales y con ellos iríamos hasta la
muerte. Después de permanecer abrazos durante varios minutos, nos soltamos y
mirándole a los ojos le dije: ‘’Hasta la próxima, cuñado’’.
ÓSCAR GARCÍA MAYO. 2º BACHILLERATO.
¡Enhorabuena Óscar! ¡Menudo recuerdo nos dejas!
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