Del
Azul al Negro.
Estoy escribiendo una canción con mi madre. Ella
dice que el título se lo pondremos cuando la acabemos, pero yo quiero saber cuál
va a ser ya, aunque no me quejo mucho porque me encanta este juego. Es nuestro
juego favorito. Además, siempre que
escribimos una nueva canción, al terminar la anterior, mi madre me hace una
tarta de fresa y, aunque yo no se lo haya dicho, sabe que es mi favorita.
Hoy no avanzamos mucho con la canción ya que
tenemos que ir al oculista porque no veo bien de lejos, o eso dice mi mamá,
pero yo no pienso lo mismo ya que puedo ver bien su rubia coleta desde el otro
lado de la mesa y sus pendientes plateados que tintinean cada vez que se
inclina para decirme algo.
Ya fuera de casa, decidimos coger el autobús que tanto
odio. Siempre me acaban pisando o tirando del pelo. Al bajar del autobús
respiro hondo el aire limpio de sudor y me agarro a la mano de mi mami.
Mamá es muy guapa, pero no quiere que tenga papá
porque dice que ella lo quiere ser todo para mí, y yo me alegro mucho de eso,
porque también lo quiero ser todo para ella y no me gustaría compartirla.
En el oculista, el hombre de la bata blanca me dice
que tengo unos ojos azules preciosos y al despedirnos le empieza a hablar muy
cerca del oído a mi madre, mientras ella se aleja y disimuladamente firma un
papel en el que veo muchos números y letras. Yo sé la diferencia entre los
números y las letras porque mientras jugamos, mamá me enseña lo que significa
lo que hemos escrito.
Ya fuera de la consulta, mamá para de repente para
hablar con otra persona. Creo que se conocen pero no logro saber quién es, así
que miro hacia un punto de la calle en la que veo un osito verde tirado.
Me voy acercando disimuladamente al oso para que
mami no tenga que dejar de hablar con el desconocido, pues parecen divertirse,
y una vez que estoy segura de que no me ve, corro hacia el osito que parece que
me llama, solo, en medio de la acera gris con rallas blancas.
Cuando cojo el osito voy a darme la vuelta para
volver antes de que mamá sepa que me he ido, pero la veo venir corriendo y
parece enfadada, así que me alejo, pero cuando mamá va a pasar por la acera
gris, algo grande y rojo la empuja y cae al suelo.
Se forma un círculo alrededor de mi mamá y a ella
no parece importarle, ya que no se mueve, así que voy hacia ella para pedirla
perdón y decirla que no se enfade, pero cuando llego mami me mira sin pestañear
y el hombre que antes hablaba con ella ya no ríe, si no que le caen gotas de
los ojos. Parece que está llorando, pero no sé muy bien por qué.
Él me mira y se acerca a mí mientras que yo miro
asustada de él hacia mamá varias veces, preocupada de que no se mueva ni lo
aleje de mí, como hizo con todos los demás.
Al llegar a mí se agacha, poniéndose así a mi
altura, e intenta abrazarme, pero yo me escondo detrás del cuerpo de mi mamá,
que empieza a estar frío.
El hombre intenta sonreír, aunque no le sale muy
bien, y me dice muy bajito que mami va a dormir durante un tiempo porque la
cerrera le ha cansado y que él me llevará a casa.
Lo miro desconfiadamente y le digo que no con la
cabeza, pero me coge en brazos y, en contra de mi voluntad, me aleja de mamá.
Empiezo a gritar y a llorar, lo que provoca que un
señor con bata blanca, pero distinto al anterior, venga hacia nosotros. El
señor empieza a hablar con el desconocido que, al parecer, se llama Eric, pero
solo logro escuchar unas pocas palabras, como tráfico, mala suerte y difícil,
ya que mi llanto me impide escuchar más.
Eric se pone tenso y empieza a abrazarme más fuerte
mientras me susurra al oído para que el hombre no le escuche:
-Yo te cuidaré, pequeña, y no dejaré que nada malo
te pase.- y asiente mirando al señor.
Cuando el otro hombre se va, le pido a Eric el
osito, ya que me lo he dejado al lado de mamá, pero Eric que dice que se lo
dejemos a mami para que le haga compañía.
De camino a casa me pide que le intente llamar
papá, pero yo no respondo ya que no quiero hacerlo.
Al llegar a casa “papá” me explica que mamá no va a
volver y que de ahora en adelante viviré con él, pero yo no le creo y me paso
la noche despierta esperando a mamá para darla una sorpresa y decirle que yo
sabía que iba a volver.
Sin embargo, mi mamá nunca volvió, y año tras año
mis ojos se empezaron a oscurecer al comenzar a comprender lo que significaba
que mi madre hubiese muerto, aunque seguía con la esperanza de volver a
levantarme con ella a mi lado y poder así oler el desayuno que me preparaba
mientras jugábamos a nuestro juego favorito.
Pero durante el transcurso de los años, fui
desesperándome más y más por la ausencia de mi madre y, al cumplir los 9 años y
comprender que mi madre no iba a volver, en mis ojos solamente quedaba un tono
negro y sin vida, sin brillo y húmedos, de los que caían las gotas que apagaban
las 5 velas de mi tarta de fresa, la que desayuné con mi madre el día antes de
perderla.
MORGANA ZAMORA. 3º ESO
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