martes, 2 de junio de 2015

GANADOR 3ª CATEGORÍA: ÓSCAR GARCÍA MAYO

Corría marzo de 1936, en plena euforia postelectoral tras la victoria del Frente Popular en las Elecciones Generales de febrero. Eran días de júbilo y alegría plasmada en la gente del pueblo, recuerdo el día en que se conocieron los resultados electorales, yo, que nunca me había interesado mucho por la política, estaba pendiente de la radio, junto con mis compañeros de mina, en el bar del pueblo.
  ‘’Y ya tenemos resultado de los comicios…’’ pronunciaba el locutor al tiempo que todos y cada uno de los que estábamos en el bar posamos nuestro vasito de vino, dejamos de hablar, y nos concentramos en torno a la radio. A partir de ahí, empezaron todo tipo de especulaciones. Les había que estaban convencidos de una victoria del Frente Popular, otros veían que habría una diferencia mínima, y otros, como yo, que no entendíamos un carajo de política, nos callábamos y asentíamos con la cabeza.
   Yo era un chico modesto, trabajador y poco entendido de estos temas, pero había metido en la urna la papeleta, que en ese momento creía la más adecuada, y la que posteriormente, se vio que la mayoría de españoles, metió. Y eso que en mi núcleo familiar no todos pensaban y actuaron como yo, ni mucho menos. Me había casado tres años antes con mi Matilde, de la que llevaba locamente enamorado desde que compartíamos pupitre. Pues bien, mi Matilde, era por aquel entonces, la ricachona del pueblo, y es que su padre, mi suegro, era el propietario de la empresa Piensos del Valle Fenar S.L. Y hay que decir, que económicamente, mal no le iban las cosas, pues, la empresa producía y producía, y su bolsillo se llenaba y se llenaba, eso si, el de sus trabajadores no solo no crecía, si no que a veces, hasta disminuía…
   Como no, entonces, el señor Alfonso y yo, no íbamos a tenernos cierta tirantez, él, que encima era candidato por la CEDA y que no le gustaban mucho los que pensaban como yo. Pero dentro de este pequeño conflicto familiar, he de decir, que con mi cuñado, Fernando, también cedista, no había ningún problema, es más, le consideraba por aquel entonces, mi mejor amigo. Había ido con él siempre a clase, y éramos habituales compañeros de pupitre en el colegio. Ambos dos, estaban furiosos por los resultados electorales, entonces yo, para bajarles los humos les dije: ‘’tranquilos hombre, si lo bueno de las elecciones, es que cada cuatro años hay unas’’, pero ni con esas.
   Pasaron varios meses hasta que volví a hablar de política con mi suegro y cuñado, yo ya había aprendido bastante durante ese tiempo, yo me acuerdo que les comentaba lo bonitas que me parecían las medidas tomadas por el Gobierno, a lo que ellos me replicaban poniendo caras largas y diciendo: ‘’los rojos siempre estáis igual, queréis quitarnos lo nuestro y repartíroslo’’. Me acuerdo, que al acabar una comida, mi cuñado me dijo muy serio que algo iba a cambiar y que desde África se estaba moviendo algo muy gordo, pero yo no le hice ni caso, estaba harto de oír sus historietas de conspiraciones y demás.
  Llegó el 18 de julio, y empezamos a tener noticias de que unos militares en el Aeródromo de la Virgen del Camino estaban tomando la ciudad leonesa y con ello, la provincia. Yo me acordé de mi cuñado y de sus historias, y me empecé a poner nervioso, sabía que con mi cuñado y suegro no tendría ningún problema, que ellos intercederían por mí, pero yo no tenía ganas de abandonar a mis compañeros así por que sí. Nos reunimos todos los varones del pueblo en torno a la escuela del pueblo, y junto con vecinos de los pueblos de al lado voluntario decidimos combatir si venían a por nosotros. Era 20 de julio, y León había caído en manos de los Nacionales. Decidimos recoger nuestros bártulos, despedirnos de nuestras mujeres y poner rumbo al monte, yo le prometí a la mía, que volvería todas y cada una de las noches a darla un beso de buenas noches y que me contara noticias. Cuando estaba recogiendo todo lo mío, entró en casa mi cuñado, al verme recogiendo todo, me dijo: ‘’ten mucho cuidado donde vayas, si necesitas algo solo tienes que decírmelo’’ y nos fundimos en un abrazo. Posteriormente, él mismo, en su coche, me subió hasta un punto en el que nadie me viera, para no levantar sospechas, allí nos volvimos a despedir entre lágrimas. Me tocó andar unos pocos kilómetros hasta encontrar el  frente donde estábamos asentados, un viejo refugio de la montaña leonesa, allí depositamos todos víveres para unos cuantos días.
   Día a día se iba corriendo la voz por la zona, y más compañeros acudían a combatir con nosotros, era complicado mantener la calma en ese sitio, el peor día que yo recuerdo fue uno en que quise bajar al río para asearme, ya que de noche, quería ver a mi mujer y que esta me viera decente. Así pues, baje hasta el trozo de riachuelo que no era muy profundo, yo, como no había visto a nadie hasta el momento por allí, bajé sin escopeta ni ningún útil que poder usar en mi defensa, además no había avisado a nadie de que bajaba, ya que igual me hubiera caído una buena bronca en ese instante, así que, mientras me bañaba y relajaba en las aguas del Río Bernesga, una patrulla de cuatro guardias civiles, con dos perros, rastreaban la zona, yo había dejado las gafas en la orilla, por lo que no era capaz de ver con exactitud sus rostros, pero ese color y esos tricornios eran inconfundibles. Eran ellos, y seguramente se guiaban por algún chivatazo, entonces yo, solo e indefenso decidí permanecer bajo el agua todos los segundos, que mis pulmones me permitieran, me agarré bien a un tronco que había al fondo del agua. No sé cuantos segundos fueron, incluso minutos, pero al salir a la superficie, exhausto, no había nadie por los alrededores. Me sequé, me vestí y bajé al pueblo por la ruta menos transitada posible.
   Al llegar al pueblo, mi sorpresa fue notable, en la plaza, estaban los mismos guardias civiles que estaban en el río, yo no sabía cómo entrar a casa sin que me vieran, asique decidí saltar la tapia por la parte trasera, eran 3 metros de caída sobre un suelo no muy confortable. Salté y lo conseguí, ya estaba dentro, sin hacer mucho ruido atravesé la Hera y con la llave que aún conservaba de la casa conseguí abrir el portón grande sin que los guardias civiles se percataran de mi presencia, entonces llegué al patio, iluminado por la potente luz de la luna (llena aquella noche), abrí la puerta que comunicaba el patio con el interior de la casa y entré hasta la cocina, la sorpresa de mi mujer fue espectacular, mi suegra, con la que tenía muy buena relación, se alegró un montón al verme y ,e ofreció un montón de cosas para cenar, yo, que llevaba varios días de mal comer no me resistí y acepté encantado. No se alegró tanto de mi presencia en la casa mi suegro, el cual me dijo: ‘’tu juega, juega con fuego que al final te acabas quemando’’. Yo siempre me había caracterizado por tener buen talante, así que le respondí con una mueca y una media sonrisa.
   Después de cenar, y ponerme al día de la actualidad del pueblo, llegó el momento de volver al monte, no crean que fue fácil, entre el agotamiento que llevaba del camino, y que recién había cenado me entró la pereza de volver a recorrer toda aquella senda, pero, ¿qué otro remedio tenía? Así pues, me volví a calzar las botas para la travesía nocturna y me puse en marcha. El camino fue sin apenas algo reseñable que contar, salvo que a mitad de camino me entró el retortijón post cena y tuve que parar, a soltar todo lo que llevaba dentro y que me impedía continuar el trayecto. Finalmente llegué sano y salvo, ante el asombro de la mayoría de mis compañeros que ya se pensaba que estaría criando malvas.
   Siguieron pasando los días, hasta que una tarde, mientras me estaba echando la siesta, un compañero (con él que apenas había cruzado más palabra que un simple ‘’hola’’) me despertó y me dijo que tenía que hablar muy seriamente conmigo, parte de los voluntarios que estábamos allí habían bajado al pueblo la noche anterior con intenciones claras de acabar con las dos personas más poderosas del pueblo, uno era Secundino Gutiérrez, uno de los militares sublevados en la Virgen del Camino, y que habitualmente paseaba por el pueblo muy tranquilo, creyéndose dueño de todo por donde pisa. El otro objetivo era mi suegro, uno de los hombres más ricos no solo del pueblo, sino de la comarca del Valle Fenar, hecho que, unido a su ‘’cedismo’’ reconocido le hacía, con motivo doble, ser objetivo de mis compañeros. Mi compañero me dijo dónde lo fusilarían, así que yo, intenté ponerme en contacto con mi cuñado por medio de un cartero de confianza, que cada 4 días o así más o menos, pasaba por nuestro fortín, que en teoría era secreto, pero que con el tiempo, conocería todo el pueblo… Así pues, en la carta le escribía que a la media noche quedaríamos junto al molino, sobre las 5 y media. A todo esto, nadie en el frente, podía enterarse de que me iba a reunir con nada más y nada menos que con Fernando Álvarez, y es que mi cuñado no era un cualquiera en el bando contrario, podía decirse que era la mano derecha de quien cortaba el pescado, si ya se me tenía cierto resquemor por estar casado con quien estaba casado, imagínate si les digo que a media noche me voy a reunir con el líder contrario para enterrar a quienes ellos acaban de matar, no me lo perdonarían… Y es que, así son las guerras, familias enteras divididas, marido y mujer en bandos enfrentados, y en algún caso que he llegado a conocer, que un hijo tenga que apresar a su propia madre, tremendo.

   Llegó la hora H, no me acuerdo exactamente la milonga que tuve que contarle a mis compañeros que estaban de guardia, pero conseguí salir del frente y poner rumbo al molino. Entre la poca visibilidad, y que no me conocía muy bien el camino, porque jamás había ido de noche, tardé un poco más de lo previsto, pero allí estaba Fernando, llorando a moco tendido, y a sus pies, algo ensangrentado, el cadáver de mi suegro. Al llegar no pude contener mis lágrimas, mi suegro era egoísta, mal encarado, soberbio, prepotente… pero al final y al cabo era mi suegro, y no podía quejarme yo, precisamente, de su trato personal hacia mí, ya que al fin y al cabo, me salvó el pellejo unas cuantas veces… Pues eso, allí estábamos los 3, Fernando y yo nos dimos un abrazo de esos que se sienten, de los que te quedas muy relajado después de dar o recibir en este caso. Junto al molino, había una pala y un carretillo, empezamos a hacer un foso en la arena en la cual nos encontrábamos, no fue tarea fácil, pero lo conseguimos, con mucha delicadeza, y tapado por una manta, dejamos que el cadáver de mi suegro fuera tapándose poco a poco por arena hasta cubrirse por completo. Escondimos la pala y nos juramos mutuamente negarnos si nos cogieran presos nuestros rivales. Yo le pedí que cuidase mucho de mi mujer si no la volvía a ver, él no dudó en asentir con la cabeza. Ya era tarde, estaba empezando a amanecer y él tenía que regresar al pueblo y yo al frente del monte. Nos volvimos a abrazar y deseamos vernos en un futuro, y a ser posible en paz, y que terminase de una vez esta maldita guerra, al fin y al cabo, cada uno defendíamos nuestros ideales y con ellos iríamos hasta la muerte. Después de permanecer abrazos durante varios minutos, nos soltamos y mirándole a los ojos le dije: ‘’Hasta la próxima, cuñado’’.

ÓSCAR GARCÍA MAYO. 2º BACHILLERATO.

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